Educar es el acto más noble, arriesgado y revolucionario,
es un ejercicio que se teje desde la necesidad de la existencia humana. Motivo
por el cual es indudable el compromiso histórico de
la educación con la sociedad al ser eje transformador. Por ello, urge entonces
cuestionarnos ¿Qué es lo humano del ser humano?
El ser humano siempre se ha cuestionado sobre su existencia
y su relación con los demás y con el entorno. Inquietudes que la filosofía ha
tratado de abordar desde diversas perspectivas a lo largo de la historia y que
sin lugar a duda repercuten en la educación bajo la concepción de lo humano.
Hemos de tomar como referente el momento de la Ilustración,
donde la humanidad encontró su sosiego en el conocimiento. Fue allí donde se
acentuó la idea reducida de superioridad frente a otras especies por dos
factores: razón y sociabilidad. Sin embargo, con Rousseau se marcaría un hito
al reflexionar sobre la naturaleza humana, asumiendo en el hombre primitivo un estado
original pacífico y la existencia innata de un instinto de conservación.
Estos rasgos que ha olvidado el hombre moderno inmerso en
una sociedad que prioriza los intereses económicos de un capitalismo salvaje
que azota todos los ámbitos de la vida, donde el tener junto con el poder hacen
que los hombres modernos entierren su conciencia, sus deseos y su naturaleza
primitiva. Cómo lo sentenció Rousseau “los hombres, en lugar de ser libres, se
han convertido en esclavos” (Valenzuela,2009, pág., 3)
Por supuesto que,
los sujetos inmersos en el proceso de enseñanza no escapan de esta realidad. Es
por ello que, tanto maestros como estudiantes deben estar formados para no ser
contaminados por las falsas finalidades que nos ha vendido la actual sociedad
de consumo; sino que, en un ámbito totalmente humanista, puedan llegar
a comprender la libertad como principio fundamental de la escuela y la vida.
Esa comprensión de la realidad es posible gracias a lo que Rousseau
denominó conciencia de sí. En efecto, la enseñanza debe ser un acto consciente
que requiere de un ambiente de participación, reflexión y crítica. Un espacio
privilegiado donde se expresen ideas, se estimulen iniciativas surgidas del interés
del propio estudiante, generando una autonomía que conserve los ideales del
bienestar individual y colectivo.
En otras palabras, una educación que se enfoque en la
experiencia del niño. Experiencia que inicia en el seno de una familia, con los
cuidados de su madre. Siendo esto un factor determinante en la construcción de la
estabilidad emocional como lo afirma Rousseau. Sin embargo, aquí se genera otra
tensión para la educación, puesto que actualmente hay muchas familias con
padres ausentes, quienes priorizan el trabajo sin tener en cuenta el tiempo de
calidad para sus hijos. Sin embargo, cabe resaltar que dentro de las relaciones
escolares hay emociones y sentimientos que constituyen toda una dimensión socioafectiva
donde el maestro es el eje central.
Esta afirmación implica reemplazar el verticalismo en la
relación docente- estudiante, tan utilizada en la educación tradicional, por el
diálogo, la participación y los acuerdos, pues es imposible hablar de afectos, libertad
y democracia con una escuela autoritaria que impone su moral en nombre del bien
común.
Al respecto de la moral, Rousseau admite que, en los
primeros años de vida, las ideas abstractas moralizantes carecen de sentido,
por ejemplo, las lecciones sobre obediencia. En tal sentido, ante una situación
conflictiva el docente debe preocuparse no por exponer el mejor discurso sobre una
conducta, sino por enseñar a través de su propio comportamiento.
Sin duda alguna, es en la escuela donde se contribuye a la formación
de seres conformes, reprimidos, sumisos, o, por el contrario, inquietos,
trasformadores, críticos y comprometidos. Para cumplir con ello es necesario entonces
reconstruir la función del docente, sujeto activo de la transformación social,
llamado a romper con los paradigmas, un humanista que desde su praxis este
dispuesto a vivir la libertad propia y la de sus estudiantes.
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